En la actualidad, la educación comprende no solamente la adquisición de hábitos de trabajo académico y de los conocimientos básicos para poder acceder a la universidad, también, incluye elementos de orden formativo como la disciplina y la adquisición de buenos hábitos; es decir, la educación, además del ámbito intelectual, orienta sus esfuerzos a la formación de la personalidad del individuo.
Ahora bien, el tema de la disciplina juega un papel trascendental en la vida de todo ser humano y en la estructuración de su personalidad. Formar a un individuo con la exigencia contemporánea de hacer de él un ser integral, presupone necesariamente formarlo con unas sanas y sólidas bases de una Disciplina Asertiva, que es justamente todo lo opuesto a un régimen disciplinario basado en el autoritarismo, la intimidación, el castigo o el miedo a la autoridad
¿Cómo formar hijos y estudiantes responsables?
El doctor Alexander Lyford-Pike, destacado médico psiquiatra, en su libro “Ternura y Firmeza con los Hijos”, nos da una acertada respuesta a este interrogante, que con toda seguridad ronda en la cabeza, y en el corazón –por qué no decirlo– de todo padre y de todo educador. El autor dice que hay dos palabras claves para los padres cuando educan a sus hijos: comprensión y firmeza.
La comprensión exige, además del vínculo natural de cariño, el seguimiento coherente y constante de los problemas que enfrenta un niño y que suelen traducirse en mal comportamiento. La reacción espasmódica e irreflexiva de un padre ante una conducta inadecuada de un hijo es ineficaz en el mejor de los casos y puede llegar a ser perjudicial.
En cambio, es necesario comprender que la desobediencia, el enojo y la rebeldía forman parte de una personalidad infantil en formación. Su corrección es responsabilidad de los padres junto con los educadores en los centros de enseñanza, excepto en los casos de perturbaciones de nivel patológico que requieren asistencia profesional especializada.
Los padres deben tratar de entender por qué un hijo se porta mal y ayudarlo a corregir su conducta a través de pasos coherentes y consecutivos, que incluyen la persuasión, la advertencia, las vías no violentas de castigo y las formas de premiar, que alienten al niño a perseverar en la buena senda.
El complemento fundamental de este comprensivo seguimiento constante es la firmeza en su aplicación. Sin este ingrediente básico desaparecerá la utilidad del plan de la Educación con Personalidad.
Firmeza significa ejercer la autoridad paterna sin interrupción ni claudicaciones. Un padre que cede por lástima o desaliento al ver que su hijo no actúa o reacciona en la forma requerida, pese a una medida correctiva, fracasará en su responsabilidad educativa. Cuando una medida no surte el efecto buscado se recurre a la siguiente, de acuerdo con los pasos que hemos detallado. De lo contrario, la vacilación o el desánimo paterno se transmite al hijo, induciéndolo al desconcierto o a profundizar sus conductas impropias.
De la combinación permanente y ordenada de comprensión cariñosa y firmeza correctiva por parte de los padres, dependerá que el plan de Educación con Personalidad se convierta en un instrumento útil para criar hijos responsables y con una personalidad sana.
La Educación con Personalidad bien aplicada transmite a los hijos el mensaje de que los padres se preocupan por su bienestar actual y futuro y que todo lo que hacen, aun lo que a los niños no les gusta, es por su bien.
Esto ayuda a los hijos pequeños a desarrollar el control de sus emociones y a aplicar cada vez más el razonamiento en sus actos. El niño orientado en este camino se dirige a una adolescencia equilibrada y a una adultez madura. La niñez bien orientada por los padres es el primer gran paso en la búsqueda de la felicidad a lo largo de la vida. La felicidad está determinada por un buen manejo de las necesidades y la abundancia de cariño, sabiendo discriminar lo imprescindible de lo superfluo.
El éxito de esta búsqueda depende de que cada persona sea orientada desde sus primeros años al máximo aprovechamiento de sus cualidades buenas y a desechar el desorden que se da por una voluntad que también tiende al egoísmo y a una inteligencia que se queda en la superficie.
Para reflexionar
El exceso de consentimiento con los hijos, la aceptación de excusas en forma reiterada o el otorgamiento de perdones concedidos por lástima con el infractor de una norma o por desaliento al ver que no quiere corregirse, son actitudes paternas que pueden resultar deformantes para el niño y alterar su proceso formativo.